martes, 15 de junio de 2010

La pecadora arrepentida

El valor del hombre ante el Señor no puede medirse por las riquezas que uno posee, ni por el cumplimiento por parte de este de los mandamientos de la ley de Dios para demostrar ante los ojos de los hombres cuan bueno se es. El Señor ve más allá de los bienes materiales y de las apariencias, él ve en la actitud del corazón del hombre; rompiendo de este modo, los esquemas de un mundo acostumbrado a vivir en y de las apariencias.

El evangelio de este decimo primer domingo del tiempo ordinario, nos habla una mujer pecadora, quien al saberse perdonada demuestra su agradecimiento de una manera impresionante. Por un lado vemos a un fariseo muy seguro y orgulloso de sí mismo que juzga a la mujer pecadora, sintiéndose pulcro ante ella, pues no se sabe pecador, y en su modo de ver las cosas, esta mujer a quien considera una pecadora, no debería ser considerada por nadie ni por la sociedad.

Por otro lado, la mujer sabiéndose pecadora y deseosa de dejar atrás su pasado y comenzar una nueva vida, va en busca de Jesús para darle gracias por la misericordia que ha tenido con ella. Es esta mujer quién realmente entiende la misericordia de Dios; ella sabe que muy por el contrario a lo que todos piensan, acerca de que reconocer nuestros errores es algo humillante y vergonzoso, el abrir nuestro corazón a Dios y buscar su misericordia, nos devuelve la dignidad de hijos suyos, ya que el nos toma de la mano y nos levanta para poder experimentar la gracia y el amor tan grande que Él siente por nosotros.

A través de esta lectura podemos ser testigos del gran amor de Jesús por los hombres, ya que al aceptar la invitación del fariseo, no reparó en las intenciones y los sentimientos de este y tampoco reparó en permitir el acercamiento de una mujer repudiada por la sociedad.

A Jesús solo le importa el amor agradecido que nosotros tenemos en nuestro corazón, es por esto que al conocer los pensamientos del fariseo Jesús a través de una parábola nos enseña que solo al que se le perdona mucho, sabe agradecer mucho; solo el que ha sido tocado por la misericordia de Dios, es capaz de hacer cosas maravillosas en agradecimiento como lo hizo la mujer pecadora, y llorar, no de angustia, sino de puro contento y gozo de haber recibido el perdón y la paz, y eso es grande. En cambio en el caso de quienes no reconocen sus errores, aquellos quienes se sienten libres de pecado no serán capaces de comprender ni de vivir este gran amor y misericordia de Dios. Esta es la propuesta del amor de Dios para nosotros, mostrarnos su infinita misericordia a través del perdón y el regalo de la gracia de una nueva vida, para que el hombre perdonado viva agradecido.

sábado, 12 de junio de 2010

Como hombres mirando al Cielo.

En la ascencion éramos hombres mirando al cielo pero con los pies puestos en la tierra. Viendo cómo admirablemente el Señor Jesús iba subiendo al Cielo. En Pentecostés aún seguimos con los pies puestos en la tierra, mirando al cielo, pero ya no estamos extasiados admirando un maravilloso prodigio; sino que miramos al cielo con humildad y esperanza, esperando la promesa de Jesus: la venida del Espiritu Santo. Y asi ha de ser nuestra vida. Hombres con los pies puestos en la tierra pero mirando al cielo. Esperando en la misericordia de Dios. Que por su amor nos envíe su Espíritu no solo en pentecostés sino en todos los dias de nuestra vida. Para que, más que comprender, aprendamos a creer en los misterios que por el momento no podemos cargar. Misterios tan maravillosos como la Santísima Trinidad, o el magnifico misterio de la Santísima Eucaristía. Ante tanta magnificencia te pido Señor Jesús, que me des la humildad de doblar mis rodillas y adorarte.