domingo, 23 de mayo de 2010

Suba con el Nuestro Corazon

7ºDdP

Hoy el señor, ante el asombro de los apostoles, asciende a lo más alto del Cielo. Asciende, el Señor, al son de trompetas, entre los canticos de ángeles, entre glorias y aleluyas de su Iglesia. No se ha ido para desentenderse de este mundo, sino que ha querido precedernos al Cielo para preparnos un lugar. Se ha ido al Cielo como cabeza de la Iglesia, para que nosotros un día le sigamos como cuerpo místico suyo que somos. Hoy asciende el Señor Resucitado a lo más alto del Cielo, y se sienta en su trono sagrado, en su trono eterno, a la derecha del Padre. No se ha ido, pues, para desentenderse de este mundo, sino para que al abrir las puertas del Cielo, el hombre viva en la esperanza de entrar en ella también. Porque alli donde está la cabeza, también está el cuerpo. Si Él es la cabeza y nosotros somos parte de su cuerpo, vivimos entonces con la esperanza de un día esta junto a Él en la morada eterna, en un lugar junto a Él. Se ha ido para darnos la esperanza de vivir en la tierra; la esperanza de vivir con los pies puestos en la tierra, pero mirando al cielo, guardando en el corazón la esperanza de que algún día, por la misericordia de Dios, también nosotros ascenderemos al cielo. Lo único que nos queda por hacer es recorrer el camino que nos ha de conducir hasta esa morada del Cielo. Hoy sube el señor a los más alto del Cielo, suba con el también nuestro corazón.

jueves, 13 de mayo de 2010

La Paz les Dejo, Mi Paz Les Doy.

6ºDdP
Cuando era niño, había muchas cosas de la Misa que no comprendía plenamente, y una de esas cosas era lo que el padre decía antes de darse el abrazo de la paz: “Señor Jesucristo que dijiste a tus apóstoles: “la pasos dejos, mi pasos doy”. ¿Qué querría decir eso? ¿Cuándo dijo eso Jesús? La rápida pronunciación hacía que se escuchara o que yo escuchara: “la pasos”. En el capítulo 14 del evangelio de Juan en el versículo 27 dice: “la paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo”. la reflexion de hoy gira entorno a lo que es la paz.

Todos anhelamos la paz. La paz para el mundo, la paz para mi hogar, la paz para mi mismo. Todos queremos vivir en paz. Es un anhelo connatural al hombre. Junto a este deseo de paz, existe un montón de cosas que nos ofrecen la tan ansiada paz: la música de relajación, la psicoterapia -en sus disitintas manifestaciones-, la meditación, incluso ciertas pastillas y brebajes. Nuestro propio trabajo, tambien es una forma de buscar esta paz. Trabajamos para tener dinero, queremos tener dinero para comprar cosas, para pagar las cuentas, para vivir sosegadamente; lo conseguimos, pero aun así, no tenemos paz y si la tenemos es efímera. ¿Qué es, pues, esta paz, que tanto ansía nuestro corazón? ¿En qué se diferencia la paz que nos ofrece el mundo de la paz que Jesucristo nos da?

En un mundo tan herido por las guerras, discordias, por las diferencias entre ricos y pobres, entre chuño y caviar, entre continentes enteros de hambre y misiles disparados para nada, en medio de epidemias mortales y pansexualismo y tanta tecnología, pareciera imposible tener un momento de paz. Por más que a diario trabajemos por la paz del mundo, por la paz propia, claro está que no podemos evitar que otros nos frieguen la vida y nos arrebaten la paz que de algún modo u otro logramos tener. Pero la paz que el señor Jesucristo nos da, no es como la paz del mundo. La paz de Jesucristo, no es la ausencia de guerra de dolor, de conflictos, de problemas; porque problemas todos los días los tenemos, los creamos nosotros mismos o nos hacen parte de ellos.
Jesús nos dice: "Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”. La paz que el Señor nos da, nace precisamente de El. El viene y hace morada en el hombre que le ama y guarda sus palabras. Y así, el hombre que es morada de Dios, es un hombre de paz, porque Él que es la fuente de la paz, mora en él. Y es por eso que aunque no tenga dinero ni riquezas, como san Francisco de Asís, está feliz; el hombre que es morada de Dios, aunque tiene enfermedades incurables y mortales, bendice a Dios; el hombre que es morada de Dios, no se desespera, esta contento en su corazón bendiciendo a Dios, como los mártires, aun sabiendo que dentro de poco unos leones le van a devorar en el circo romano. El hombre que es morada de Dios, es un hombre de Paz, porque la fuente de paz vive en él; la paz, para él, no es ausencia de problemas, sino vivir en la gracia, bendecir donde tiene que haber maldición.

jueves, 6 de mayo de 2010

La Gloria, El Amor, La Señal.

5ºDdP
Hace algunos años atrás, cuando era seminarista, solíamos cantar una canción que decía: “de gloria en gloria te veo, cuanto más te conozco quiero saber más de ti”. Siempre me pregunté qué es eso de: “de gloria en gloria te veo” ¿Que es la gloria? Los evangelios nos muestran la Gloria de Dios como una manifestación de luz y belleza, armonía y alegría. Así por ejemplo, en el nacimiento de Jesús, la gloria se manifiesta en los ángeles rodeados de luz cantando “gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres…”; se manifiesta, en la transfiguración, en el resplandor de su rostro y sus vestidos; y se manifiesta también en su resurrección de entre los muertos. La gloria es pues algo extraordinario, magnifico, maravilloso.
Jesús nos dice que él dará gloria a su Padre, y éste a su vez, lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto; este pronto del que habla Jesús, es su cercana muerte en la cruz, o sea que Jesús va a ser glorificado en la cruz. No obstante, si la gloria se manifiesta inundada de luz, belleza y alegría, ¿Cómo puede Cristo ser glorificado en la cruz? -en el sufrimiento, en la muerte, en el desprecio- ¿Que clase de gloria es ésta?

El Amor a su Padre y al hombre, le lleva a Jesucristo a ser obediente, obediente hasta la muerte, y muerte en la Cruz. Por este Amor es glorificado donde es imposible ver gloria. De este modo, la Cruz, es la máxima expresión del amor de Jesús a su Padre y al hombre. Un amor que no lleva cuentas de los ultrajes y burlas de sus enemigos. Un amor que le hace exclamar: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Este es el amor con el que Cristo nos ha amado.

Vemos, pues, que la ‘Gloria’ está estrechamente unida al ‘Amor’. Este amor será el nuevo mandamiento, la plenitud de la ley. Después de anunciar su pronta glorificación, Jesús les da un mandamiento nuevo: “amaos los unos a los otros, como yo os he amado”. Amarse pero con el ‘Amor’ que él nos ha amado. El Amor que no lleva cuentas de los delitos, que no busca venganza, que perdona, que todo lo soporta, un amor que carga con el pecado del otro, un amor que nace del corazón de Dios.

En esto sabrán los demás -y sabremos también nosotros- que somos discípulos del Señor Jesús: en el amor que nos tengamos los unos a los otros. Hemos de amarnos, para hacer presenten la gloria de Dios entre nosotros, y así el mundo viendo la gloria de Dios entre nosotros, creerá, y volverán los alejados del Señor. El amor de los unos a los otros, será el milagro maravilloso que anuncie que Jesucristo está vivo y que vive en nosotros. Porque el mundo está cansado de escuchar prédicas asustonas, sermones de buen comportamiento, que no convierten a nadie, por el contrario, hastían y lo más triste aún, deforman y oscurecen la belleza del evangelio. Una vez más el mundo necesita ver la Señal, necesita ver la Gloria de Dios, la gloria manifestada en el Amor.

Los cristianos en el mundo

De la Carta a Diogneto.

"Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.

Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.

Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo.Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida.Los.judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.
Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres.

El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar."