jueves, 23 de diciembre de 2010

La Esencia de la Navidad

Desde hace unos años atrás, la navidad ha devenido en lo que era una fiesta Cristiana, en una fiesta pagana. Cada año, año tras año, los mass media insisten en celebrar una navidad sin el Niño Jesús. Cada veinticinco de diciembre se habla del espíritu de la navidad. Y aquí nos preguntamos ¿Qué es el espíritu de la navidad? ¿Cómo es ese espíritu de la navidad? Si pensamos en las películas de navidad, en su mayoría hablan del espíritu de la navidad, y en ninguna se hace referencia al nacimiento del niño Jesús, ni por asomo. Entonces volvemos a preguntarnos ¿Cuál es ese espíritu de l a navidad? ¿En que consiste?

El espíritu de la navidad que nos muestran los más media, en general tiene un carácter ‘inmanente’, consiste en hacer cosas buenas por el otro, tener buenos deseos, buenos propósitos, hacer feliz con un regalo a alguien, alegrar al que esta triste; hacer cosas que humanamente son loables, pero ahí queda y nada más importa. Sin embargo creemos que, más que hablar del espíritu de la navidad, deberíamos hablar de la Esencia de la Navidad, que a diferencia del espíritu de la navidad, tiene un carácter ‘trascendente’. Y es que la esencia de la navidad es aquel acontecimiento que nos introduce en el misterio de la divinidad, el Dios todopoderoso que se hace hombre en la fragilidad de un niño, ¡Magnifico misterio! Esa es la esencia de la navidad; Dios que se hace hombre, el espíritu que se hace carne, la eternidad que entra en el tiempo, el nacimiento del niño Jesús.

Sin embargo, año tras año, se insiste en celebrar una navidad sin el niño Jesús. Una navidad herida en su más profundo sentido, una navidad en la que los ingredientes principales de la fiesta son los arbolitos, regalos, ‘papanueles’, abrazos, panteones, pavos bien sazonados y abundante champagne; para una fiesta como la navidad, todos estos ingredientes tienen su lugar y vale la pena, sin embargo, lo que no vale la pena es que se deje a un lado el motivo principal de tanta algarabía, aquel motivo por el que tiene sentido armar un arbolito, encender lucecitas de colores, comer el panteón o pavo, incluso beber una buena copa de un buen champagne. Ese motivo principal es el Nacimiento de Jesús. Lamentablemente en los últimos años se ha ido quitando el carácter trascendente de la navidad, la esencia de la navidad, y no es raro que a mucha gente no le guste esta fiesta, o que en vez de llenarle de alegría, la navidad le cause tristeza, porque al ser ‘inmanente’ el espíritu de la navidad, la alegría y la felicidad se reduce a acontecimientos meramente humanos y materiales.

Y para terminar, quiero citar una frase: “sin Jesús no hay navidad”, no recuerdo exactamente donde lo leí, pero es precisamente esta frase la que resume el presente artículo. Antes de que Jesús naciera, José y María en Belén buscaban un lugar donde pasar la noche, un lugar donde hospedarse. Desde aquella noche año tras año, siguen buscando donde hospedarse, donde pasar la noche, donde dar a luz a su hijo, en definitiva, Jesús sigue buscando un lugar donde nacer, no le cierres las puertas de tu corazón, de tu vida, de tu hogar, de tu familia. Que el nacimiento de Jesús llene de alegría nuestros corazones.

martes, 9 de noviembre de 2010

Los mas desgraciados del Mundo

Al igual que en nuestros días, en tiempos de Jesús existía gente que no creían en la resurrección de los muertos. La secta que negaba la resurrección de los muertos, eran los llamados Saduceos. En nuestro medio hay gente que en vez de creer en la resurrección, cree en la reencarnación, o en cualquier otra cosa. No nos vamos a detener a analizar las otras creencias ahora, sino que vamos a ver la importancia de la Resurrección y la consecuencia de negarla.

Ya desde el primer día de la resurrección de Jesucristo, se ha querido negar la resurrección. Sobornaron a los soldados para que dijeran que vinieron los apóstoles y se llevaron el cuerpo de Jesús, y que eso de la resurrección es una mentira inventada por los apóstoles. Y aún se sigue luchando contra esta verdad. No hace mucho salió una película en la que un arqueólogo encuentra el cuerpo de Jesucristo. Demostrando de ese modo que la resurrección es una mentira. Y haciéndonos ver, a los que creemos en la resurrección, como diría San Pablo: como los hombres más desgraciados y dignos de compasión. Diciendo con esto que después de dos mil años, millones de personas han creído en una mentira.

Nadie en su sano juicio se dejaría matar por defender una mentira. Si la resurrección de Jesucristo fuera una mentira, sería absurdo, estúpido y en vano el sacrificio de los apóstoles y de tantos mártires que dieron su vida por predicar esta verdad. Con la fe puesta y en la esperanza de la propia resurrección, los apóstoles se han dejado matar por defender y predicar la resurrección de Jesucristo. Jesucristo ha resucitado verdaderamente. Y es un Dios de vivos y no de muertos, pues como dice el evangelio: para Él todos están vivos. Entonces no deberíamos decir “hay vida después de la muerte”, sino, “hay vida (eterna) después de esta vida (efímera)”

Zaqueo el Publicano

Ciertamente uno de los personajes más detestados en el pueblo de Israel, en tiempos de Jesús, era sin duda, el publicano. Los publicanos eran considerados como pecadores públicos. ¿Cuál era su pecado? Dado que el publicano trabajaba para el Imperio Romano cobrando impuestos a su propio pueblo, eran considerados como traidores de su raza y de su nación y al mismo tiempo ladrones. Algo así como los políticos de nuestros días, que tienen fama de corruptos y ladrones. No es raro oír a la gente decir, por ejemplo: “todos los políticos son ladrones, prometen y no cumplen” “entran al poder solo para robar, para enriquecerse”. Pues esa era la fama que tenían los publicanos. Con toda seguridad se aprovecharían de su oficio, abusarían de su poder para cobrar más de lo debido y así enriquecerse.

Pues el evangelio de este domingo nos habla de un hombre que era muy rico y que además era el jefe de los publicanos -con razón era muy rico-. Si decimos que el publicano era detestado por la gente de su pueblo, ¡cuánto más odiado sería este jefe de los publicanos! Y para colmo era bajo de estatura. Ya me imagino cómo la gente se burlaría de su estatura en venganza de todo el abuso.

Zaqueo, -el jefe de los publicanos- quería ver a Jesús pero la gente se lo impedía, pienso que lo hacían al propósito. Ya saben por qué. Pero era tal el deseo de Zaqueo de ver a Jesús que no le importó hacer el ridículo, se adelanto y se subió a un árbol por donde tenía que pasar Jesús para así poder verlo. Ya me imagino a la gente riéndose y burlándose de Zaqueo. No obstante, Jesús al ver la actitud de Zaqueo, que no le importó hacer el ridículo y humillarse con tal de ver a Jesús, mirando arriba le dijo: “Zaqueo baja en seguida que hoy me hospedaré en tu casa. Y Zaqueo bajó y lo que sigue es historia conocida.

Todos queremos ver a Jesús, y podemos verlo, pero solamente vendrá a hospedarse en nuestra casa, en nuestro corazón, cuando nos humillemos, cuando nos acerquemos a verlo con humildad. Y cuando Él entre en nuestra casa, seremos capaces de hacer cosas impresionantes, como Zaqueo, dar la mitad de nuestra fortuna a los pobres. Conversión. Ciertamente la conversión es una decisión deliberada, pero sobre todo es obra de Dios, cuando con humildad nos acercamos a Él. Pues eso.

martes, 26 de octubre de 2010

Es que yo no soy Como los Otros

El carácter catequético del evangelio, día a día, domingo a domingo, nos va instruyendo en el conocimiento de uno mismo. Y en esta ocasión, nos muestra dos actitudes que solemos tener delante de Dios y con respecto a los demás. Así pues, como en un espejo, el evangelio nos invita a mirarnos a nosotros mismos en la actitud del fariseo y el publicano.

El fariseo y el publicano suben al templo a orar. La oración del fariseo es básicamente un auto-reconocimiento de sus ‘virtudes’; “te doy gracias señor porque no soy como los otros que son ladrones, adúlteros, mentirosos… ayuno dos veces por semana y doy el diezmo de todo lo que poseo.” Por su parte el publicano, publicano como era –pecador público-, conciente de su condición de pecador golpeándose el pecho decía: “Señor, Dios mío, ten compasión que soy un pobre pecador”.

El evangelio dice que el publicano salió justificado y el fariseo no. Pero no obstante, hemos de pensar en la oración del fariseo. Tal vez sea cierto que el fariseo nunca haya robado, que no es su costumbre mentir, y no es adultero, ni borracho, ni asesino y que honestamente ayuna dos veces por semana y paga el diezmo. La pregunta es: si este hombre es casi perfecto, ¿por qué Dios no escucha su oración?

Así pues, la actitud del fariseo nos descubre la actitud que solemos esconder en algún recoveco de nuestro interior. Puede que seamos ‘personas correctas’ que nos esforzamos por no hacerle daño a nadie, nos esforzamos por cumplir los mandamientos, que vamos a Misa todos los domingos, que oramos, que ayunamos, etc… el gran peligro de todo esto es que podemos identificamos tanto con el ideal, que olvidemos el espejo que nos muestra lo que somos, pecadores. Por eso el publicano salió del templo justificado, porque ante Dios todos somos pobres, pecadores, necesitados de El, y reconocerlo y aceptarlo es la llave que abre la puerta de la misericordia de Dios.

Cuando nos creemos buenos, mejores que los demás, superiores a los otros, tendemos a juzgar al otro y a despreciarlo y de este modo nos ponemos en un lugar parecido al que ocupa Dios. Sin embargo, al contrario del lugar que ocupa Dios, de donde emana solamente la misericordia, del lugar parecido al que ocupa Dios y en el que solemos ponernos cuando nos creemos buenitos, solo emanamos juicios inmisericordes, burlas, críticas, que denuncian que no somos buenos. Que ante Dios todos somos pecadores necesitados de El, y que mientras no lo reconozcamos y tomemos una actitud más humilde, El no escuchara nuestras oraciones.

martes, 28 de septiembre de 2010

La Oveja y la Moneda.

El evangelio de este vigésimo cuarto domingo del tiempo ordinario, nos cuenta dos de las parábolas de la misericordia: la parábola de la oveja perdida y la parábola de la moneda perdida. Jesús cuenta esta parábola a propósito de los fariseos que murmuraban porque el acogía a los pecadores y comía con ellos. En los dos casos de la parábola hay un dueño que pierde algo, luego lo busca hasta que lo encuentra, y cuando lo encuentra se alegra y comparte su alegría.

En la parábola de la oveja perdida, resulta extraña la actitud del pastor, deja las noventa y nueve ovejas para buscar a la única que se le ha perdido; es aún más extraña la actitud de la mujer que busca la moneda. Nadie que pierde una moneda de “un nuevo sol” por encontrarla, barre y limpia la casa, si fuera una billetera con bastante dinero y tarjetas de crédito tal vez, pero nadie hace tanto alboroto por una moneda de “un nuevo sol” perdida ¿o si? Así pues resulta extraña la actitud de esta mujer.

En efecto, en la parábola Dios está representado por el pastor y la mujer, y nosotros estamos representados por la oveja y por la moneda; de este modo o somos ovejas o somos monedas. Frente a esto, vale preguntarnos: ¿Qué vale una oveja frente a noventa y nueve? ¿Qué vale una moneda frente a toda una billetera? Pues aquello que consideramos insignificante, para Dios, es sumamente importante; tan importante que prende un candelero y limpia la casa hasta encontrarlo, o deja a las noventa y nueve para ir en busca de la única extraviada. Pues ese es Dios, el que busca a la oveja y a la moneda perdida.

Algunos somos como ovejas y otros como monedas. Algunos somos como ovejas, que cuando nos perdemos lloramos o balamos para que el pastor que nos busca nos encuentre; esto hemos de entender como la actitud de arrepentimiento y deseo de ser encontrado, así, llorando nuestro pecado es más fácil que Dios nos encuentre. Sin embargo, algunos somos como monedas, que cuando nos hemos perdido, no hacemos nada para ser encontrados, simplemente nos quedamos ahí, sin hacer ruido, sin decir nada -ya que una moneda no sabe balar ni llorar su pecado- ; así resulta más fácil encontrar a una oveja que a una moneda perdida, o mejor, resulta más difícil para una moneda ser encontrado por su dueño que para una oveja perdida. Y sin embargo siendo la oveja como es, que llora para ser encontrada y la moneda que no hace nada para ser encontrada, igual el dueño las busca a una y a otra hasta encontrarla y, cuando la encuentra hay una inmensa alegría en su corazón que entre los Ángeles se refleja la misma alegría, la alegría del hombre que se convierte y se deja encontrar por Dios.

El que no odia a su padre y a su madre...

Muchas palabras que los evangelistas ponen en boca de Jesús, son en cierto modo desconcertantes y contradictorios frente a otras frases de la misma Biblia. Una de estas frases es precisamente la que se lee en el evangelio de este vigésimo tercer domingo del tiempo ordinario: “si alguno viene junto a mi y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26). Teniendo en cuenta que el cuarto mandamiento exige el amor y respeto a los padres, junto a esta sentencia de Jesús, parece paradójico que Dios exija amor hacia los progenitores y el hijo de Dios pida odio hacia ellos como condición para ser discípulo suyo. Por otro lado, Jesús nos dice, que el mayor y principal de los mandamientos es: “amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo”.

¿Cómo hemos de entender que aquél que nos manda honrar a nuestro padre y amar a nuestra madre, nos pida, que para seguirle y ser discípulo suyo, hayamos de odiarlos, incluso odiar nuestra propia vida? ¿De que odio nos habla Jesús?

Después de poner algunos ejemplos sobre calcular con lo que se cuenta para emprender algo, el evangelio termina diciendo: “de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”. La pregunta que hemos de hacernos es ¿de qué bienes habla Jesús? ¿Cuáles son nuestros bienes? Así pues, dado que se habla de amor y odio, no es que Jesús quiera abolir un mandamiento, o que entre en contradicción, sino que nos quiere libres de toda esclavitud, libres de aquello que desde niños hemos considerado valioso, el afecto; en efecto, no hay nada más esclavizante que los afectos, pues estos nos hacen dependientes y necesitados unos de otros; no es que sea malo tener afectos, sino que estos tienen que ser iluminados por la dimensión sobrenatural para no terminar siendo esclavos de los mismos. Jesús nos quiere libres de toda esclavitud para descubrir que lo único que vale la pena es ser esclavo de Dios, como la Virgen María, que dijo: “he aquí la esclava del Señor”, libre de los afectos de su padre, de su madre, y de José. Solo porque era un mujer libre, y porque había renunciado a sus “bienes” pudo decir “hágase en mi según tu palabra”, obediente a la voluntad de Dios.
Enséñanos, Madre de Jesús y madre nuestra, enséñanos a renunciar a nuestros “bienes” para tener un corazón libre de esclavitudes y así ser verdaderos discípulos de tu Hijo.

martes, 3 de agosto de 2010

Vanidad, Mi Pecado Favorito

El sabio Qohelet dice: "vanidad de vanidades, todo es vanidad". Este sabio se ha dado cuenta de algo realmente importante y esencial en la vida humana; se ha dado cuenta de una trampa sutil en que solemos caer con frecuencia. Y eso consiste en que casi siempre le damos demasiada importancia a lo que realmente no tiene importancia, o tal vez poca importancia. Y nos afanamos por nada, perdemos la vida por algo que no nos lo ha de devolver, nos amargamos la vida por algo que no vale la pena, trabajamos en vano, otro ha de aprovecharse de nuestro trabajo; y en el colmo de la trampa, no somos capaces ni siquiera de disfrutar lo que hacemos, ni siquiera el fruto de nuestro trabajo. Nos obsesionamos tanto con lo vano, lo conseguimos, lo atrapamos, y al final... se nos va como agua entre los dedos. Porque todo es vanidad.
Al pensar en lo que dice el sabio Qohelet sobre la vanidad, no puedo no pensar en la película: "el abogado del diablo", y la frase lapidaria que me viene a la cabeza es la que dice el diablo al final de la película: "Vanidad, definitivamente mi pecado favorito". Y es que muchas de las cosas que hacemos las hacemos por vanidad, incluso escribir esto puede que sea por vanidad. Pero aun siendo asi, en mi corazón quiero hacerlo todo por amor a divinidad y no por vanidad.

lunes, 26 de julio de 2010

De Marta y De María

Marta y María son dos personajes que al hablar de una, no podemos dejar de evocar a la otra. Marta y María son el reflejo perfecto de la actitud de todos los hombres sin excepción. Al querer identicarnos con una de ellas, me atrevo a decir que es más fácil identificarnos con Marta que con María, y sin embargo estamos llamados a ser como María.
María es la figura del hombre que busca trascender, del hombre que se ha dado cuenta que la vida no se reduce solamente a trabajar, contar dinero, lavar, barrer, comer, etc... en cambio Marta es la Figura del hombre práctico e inmediato; del hombre que no se detiene para mirar arriba, del hombre que piensa que hay mucho por hacer, que lo importante es hacer cosas y hacer más cosas... que es pérdida de tiempo sentarse a los pies del Maestro. El conflicto surge cuando éstas dos mujeres se encuentran. No es que la actitud de Marta no sea correcta, porque mirando al rededor, en el mundo hay muchas cosas por hacer... No es pues, que Marta esté actuando mal, el problema es que Marta siente envidia y critica la actitud de María; o sea que Marta no disfruta de lo que hace, y le da cólera que haya gente que no haga nada, que "pierda el tiempo insulsamente" ¿por qué solo ella tiene que hacer las cosas? ¡dile que me ayude!
Por otro lado, María está contenta a los pies del Señor, extasiada, disfrutando de cada palabra que salen de esos labios benditos. Y aquello nadie le ha quitar, ni siquiera el descontento de Marta. Ella a elegido la mejor parte. Es verdad, tal vez haya hermanos humanos, muchísimo que hacer, pero lo único que yo quiero, y lo digo honestamente, es sentarme a los pies del Señor, mirar su rostro siempre y no perderme ni una sola palabra que salen de esos labios; aunque esto me haga parecer un vago. En un tiempo atrás quisieron quitarme esa mejor parte que escogí, y casi lo logran, pero ahora más que nunca estoy seguro de que realmente hay muy pocas cosas necesarias, es más, solo hay necesidad de una y María escogió la mejor parte.

martes, 20 de julio de 2010

El Buen Samaritano

Siempre pensé que la parábola del buen samaritano era un modelo o ejemplo que Jesús nos ponía para que nosotros podamos seguir, y de algún modo es cierto; pues el Señor Jesús nos invita a amar al prójimo, y en este caso el prójimo resulta ser, no el más proximo, sino el extraño y en este caso el enemigo; no obstante, quiero decir, que un amigo me hizo entender, o mejor dicho contemplar esta parábola de otro modo: y esa visión es esta:
El hombre golpeado, tirado en el camino, soy yo, o en todo caso, somos nosotros; el Buen samaritano es Jesús, que al verme asi malherido sentido compasión de mi, me ha curado con su aceite y su vino, ha curado todas las heridas que los salteadores me han hecho; y los saltedores no es otro más que el demonio, que me ha asaltado, que me ha golpeado, que me ha robado lo que de valor tenía, y ha hecho conmigo lo que le ha dado la gana. Y Jesú, el buen samaritano, viendome en esta triste situación, ha tenido misericordia de mi, y me ha hecho montar en su propia cabalgadura, y me ha llevado a la posada que no es otra cosa sino que sus Santa Iglesia.
Gracias Señor Jesús por amarme aún asi cuando encaprichado en mi pecado, me convierto en un extraño y en tu enemigo. Gracias por curar mis heridas con tu vino, gracias por sanar mis dolores con tu aceite bendito, y gracias por el Vino que alegra mi corazón; gracias también por haberme llevado a tu posada. Tanta misericordia has tenido conmigo, enséñame a tenerla también contigo en el otro, donde tu estás Buen Samaritano.

martes, 6 de julio de 2010

¿Quién es Jesucristo? Esta es la pregunta que los hombres de hoy y de hace siglos se hacen y es esta pregunta la que se plantea en la lectura del Evangelio según San Lucas. Cuando Jesús pregunta a sus discípulos: ¿quien dice la gente que soy yo? Ellos responden unos dicen que eres Juan el Bautista, otros que Elías o alguno de los profetas.

Toda la gente sabía que Jesús era alguien especial, algo así como un gran profeta, pero no tenían conciencia de que era realmente el Hijo de Dios. Por eso Jesús les pregunta y ustedes ¿Quién dicen que soy yo?
Es Pedro quién afirma que Jesús es Hijo de Dios, él es quien después de todo el tiempo acompañando a Jesús y viéndolo orar y curar a los enfermos, predicar sus enseñanzas y dar a conocer el Reino de Dios, sabe que Jesús no sólo es un gran profeta, sino que es el verdadero Mesías. El mesías que ha venido al mundo a liberar, a salvar, a quien se le rendirá todo honor y toda gloria.

Jesús para Pedro es el ungido del Señor. Es esta la imagen que tienen Pedro y los demás discípulos, que Jesús es el Mesías, un mesías que implantará el reinado de Dios, ante quien todo el mundo ha de arrodillarse y obedecerle; la imagen que cualquiera de nosotros tendría de un mesías enviado a salvarnos de nuestro enemigo; pero Jesús sabe que esta imagen que tienen los discípulos y que la tendría en sí todo el pueblo es muy distinta a la realidad, ya que el destino del Mesías salvador y liberador es ser rechazado a tal punto de ser llevado a la muerte.

Lejos de ser ese Dios poderoso y omnipotente capaz de destruir pueblos enteros, Jesús se presenta como un rey humilde, que ha de liberar y salvar pero a través de su muerte en la cruz, para que nuestros pecados sean perdonados y podamos formar parte de su reino, de un reino que no está en la tierra como Él siempre lo proclama, un reino que no es de este mundo.

Además Jesús no sólo ha venido para hablarnos de su reino sino que también nos hace partícipes de el y nos invita a seguirlo en su camino, a que nosotros también seamos capaces de tomar nuestra propia cruz que no es más que continuar por el camino estrecho de sus seguidores, asumiendo todo sufrimiento que tengamos que atravesar pero sin dejar de mirar a Jesús ya que Él será quien nos ayude con nuestra cruz cuando las fuerzas nos comiencen a faltar. Nos invita a amar cada dolor, cada dificultad que tengamos que enfrentar ya que sólo si comprendemos esto, comprenderemos a Jesucristo, comprenderemos el amor de Dios que es tan grande que no dudo en entregarnos a su Hijo para salvarnos.

martes, 15 de junio de 2010

La pecadora arrepentida

El valor del hombre ante el Señor no puede medirse por las riquezas que uno posee, ni por el cumplimiento por parte de este de los mandamientos de la ley de Dios para demostrar ante los ojos de los hombres cuan bueno se es. El Señor ve más allá de los bienes materiales y de las apariencias, él ve en la actitud del corazón del hombre; rompiendo de este modo, los esquemas de un mundo acostumbrado a vivir en y de las apariencias.

El evangelio de este decimo primer domingo del tiempo ordinario, nos habla una mujer pecadora, quien al saberse perdonada demuestra su agradecimiento de una manera impresionante. Por un lado vemos a un fariseo muy seguro y orgulloso de sí mismo que juzga a la mujer pecadora, sintiéndose pulcro ante ella, pues no se sabe pecador, y en su modo de ver las cosas, esta mujer a quien considera una pecadora, no debería ser considerada por nadie ni por la sociedad.

Por otro lado, la mujer sabiéndose pecadora y deseosa de dejar atrás su pasado y comenzar una nueva vida, va en busca de Jesús para darle gracias por la misericordia que ha tenido con ella. Es esta mujer quién realmente entiende la misericordia de Dios; ella sabe que muy por el contrario a lo que todos piensan, acerca de que reconocer nuestros errores es algo humillante y vergonzoso, el abrir nuestro corazón a Dios y buscar su misericordia, nos devuelve la dignidad de hijos suyos, ya que el nos toma de la mano y nos levanta para poder experimentar la gracia y el amor tan grande que Él siente por nosotros.

A través de esta lectura podemos ser testigos del gran amor de Jesús por los hombres, ya que al aceptar la invitación del fariseo, no reparó en las intenciones y los sentimientos de este y tampoco reparó en permitir el acercamiento de una mujer repudiada por la sociedad.

A Jesús solo le importa el amor agradecido que nosotros tenemos en nuestro corazón, es por esto que al conocer los pensamientos del fariseo Jesús a través de una parábola nos enseña que solo al que se le perdona mucho, sabe agradecer mucho; solo el que ha sido tocado por la misericordia de Dios, es capaz de hacer cosas maravillosas en agradecimiento como lo hizo la mujer pecadora, y llorar, no de angustia, sino de puro contento y gozo de haber recibido el perdón y la paz, y eso es grande. En cambio en el caso de quienes no reconocen sus errores, aquellos quienes se sienten libres de pecado no serán capaces de comprender ni de vivir este gran amor y misericordia de Dios. Esta es la propuesta del amor de Dios para nosotros, mostrarnos su infinita misericordia a través del perdón y el regalo de la gracia de una nueva vida, para que el hombre perdonado viva agradecido.

sábado, 12 de junio de 2010

Como hombres mirando al Cielo.

En la ascencion éramos hombres mirando al cielo pero con los pies puestos en la tierra. Viendo cómo admirablemente el Señor Jesús iba subiendo al Cielo. En Pentecostés aún seguimos con los pies puestos en la tierra, mirando al cielo, pero ya no estamos extasiados admirando un maravilloso prodigio; sino que miramos al cielo con humildad y esperanza, esperando la promesa de Jesus: la venida del Espiritu Santo. Y asi ha de ser nuestra vida. Hombres con los pies puestos en la tierra pero mirando al cielo. Esperando en la misericordia de Dios. Que por su amor nos envíe su Espíritu no solo en pentecostés sino en todos los dias de nuestra vida. Para que, más que comprender, aprendamos a creer en los misterios que por el momento no podemos cargar. Misterios tan maravillosos como la Santísima Trinidad, o el magnifico misterio de la Santísima Eucaristía. Ante tanta magnificencia te pido Señor Jesús, que me des la humildad de doblar mis rodillas y adorarte.

domingo, 23 de mayo de 2010

Suba con el Nuestro Corazon

7ºDdP

Hoy el señor, ante el asombro de los apostoles, asciende a lo más alto del Cielo. Asciende, el Señor, al son de trompetas, entre los canticos de ángeles, entre glorias y aleluyas de su Iglesia. No se ha ido para desentenderse de este mundo, sino que ha querido precedernos al Cielo para preparnos un lugar. Se ha ido al Cielo como cabeza de la Iglesia, para que nosotros un día le sigamos como cuerpo místico suyo que somos. Hoy asciende el Señor Resucitado a lo más alto del Cielo, y se sienta en su trono sagrado, en su trono eterno, a la derecha del Padre. No se ha ido, pues, para desentenderse de este mundo, sino para que al abrir las puertas del Cielo, el hombre viva en la esperanza de entrar en ella también. Porque alli donde está la cabeza, también está el cuerpo. Si Él es la cabeza y nosotros somos parte de su cuerpo, vivimos entonces con la esperanza de un día esta junto a Él en la morada eterna, en un lugar junto a Él. Se ha ido para darnos la esperanza de vivir en la tierra; la esperanza de vivir con los pies puestos en la tierra, pero mirando al cielo, guardando en el corazón la esperanza de que algún día, por la misericordia de Dios, también nosotros ascenderemos al cielo. Lo único que nos queda por hacer es recorrer el camino que nos ha de conducir hasta esa morada del Cielo. Hoy sube el señor a los más alto del Cielo, suba con el también nuestro corazón.

jueves, 13 de mayo de 2010

La Paz les Dejo, Mi Paz Les Doy.

6ºDdP
Cuando era niño, había muchas cosas de la Misa que no comprendía plenamente, y una de esas cosas era lo que el padre decía antes de darse el abrazo de la paz: “Señor Jesucristo que dijiste a tus apóstoles: “la pasos dejos, mi pasos doy”. ¿Qué querría decir eso? ¿Cuándo dijo eso Jesús? La rápida pronunciación hacía que se escuchara o que yo escuchara: “la pasos”. En el capítulo 14 del evangelio de Juan en el versículo 27 dice: “la paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo”. la reflexion de hoy gira entorno a lo que es la paz.

Todos anhelamos la paz. La paz para el mundo, la paz para mi hogar, la paz para mi mismo. Todos queremos vivir en paz. Es un anhelo connatural al hombre. Junto a este deseo de paz, existe un montón de cosas que nos ofrecen la tan ansiada paz: la música de relajación, la psicoterapia -en sus disitintas manifestaciones-, la meditación, incluso ciertas pastillas y brebajes. Nuestro propio trabajo, tambien es una forma de buscar esta paz. Trabajamos para tener dinero, queremos tener dinero para comprar cosas, para pagar las cuentas, para vivir sosegadamente; lo conseguimos, pero aun así, no tenemos paz y si la tenemos es efímera. ¿Qué es, pues, esta paz, que tanto ansía nuestro corazón? ¿En qué se diferencia la paz que nos ofrece el mundo de la paz que Jesucristo nos da?

En un mundo tan herido por las guerras, discordias, por las diferencias entre ricos y pobres, entre chuño y caviar, entre continentes enteros de hambre y misiles disparados para nada, en medio de epidemias mortales y pansexualismo y tanta tecnología, pareciera imposible tener un momento de paz. Por más que a diario trabajemos por la paz del mundo, por la paz propia, claro está que no podemos evitar que otros nos frieguen la vida y nos arrebaten la paz que de algún modo u otro logramos tener. Pero la paz que el señor Jesucristo nos da, no es como la paz del mundo. La paz de Jesucristo, no es la ausencia de guerra de dolor, de conflictos, de problemas; porque problemas todos los días los tenemos, los creamos nosotros mismos o nos hacen parte de ellos.
Jesús nos dice: "Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”. La paz que el Señor nos da, nace precisamente de El. El viene y hace morada en el hombre que le ama y guarda sus palabras. Y así, el hombre que es morada de Dios, es un hombre de paz, porque Él que es la fuente de la paz, mora en él. Y es por eso que aunque no tenga dinero ni riquezas, como san Francisco de Asís, está feliz; el hombre que es morada de Dios, aunque tiene enfermedades incurables y mortales, bendice a Dios; el hombre que es morada de Dios, no se desespera, esta contento en su corazón bendiciendo a Dios, como los mártires, aun sabiendo que dentro de poco unos leones le van a devorar en el circo romano. El hombre que es morada de Dios, es un hombre de Paz, porque la fuente de paz vive en él; la paz, para él, no es ausencia de problemas, sino vivir en la gracia, bendecir donde tiene que haber maldición.

jueves, 6 de mayo de 2010

La Gloria, El Amor, La Señal.

5ºDdP
Hace algunos años atrás, cuando era seminarista, solíamos cantar una canción que decía: “de gloria en gloria te veo, cuanto más te conozco quiero saber más de ti”. Siempre me pregunté qué es eso de: “de gloria en gloria te veo” ¿Que es la gloria? Los evangelios nos muestran la Gloria de Dios como una manifestación de luz y belleza, armonía y alegría. Así por ejemplo, en el nacimiento de Jesús, la gloria se manifiesta en los ángeles rodeados de luz cantando “gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres…”; se manifiesta, en la transfiguración, en el resplandor de su rostro y sus vestidos; y se manifiesta también en su resurrección de entre los muertos. La gloria es pues algo extraordinario, magnifico, maravilloso.
Jesús nos dice que él dará gloria a su Padre, y éste a su vez, lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto; este pronto del que habla Jesús, es su cercana muerte en la cruz, o sea que Jesús va a ser glorificado en la cruz. No obstante, si la gloria se manifiesta inundada de luz, belleza y alegría, ¿Cómo puede Cristo ser glorificado en la cruz? -en el sufrimiento, en la muerte, en el desprecio- ¿Que clase de gloria es ésta?

El Amor a su Padre y al hombre, le lleva a Jesucristo a ser obediente, obediente hasta la muerte, y muerte en la Cruz. Por este Amor es glorificado donde es imposible ver gloria. De este modo, la Cruz, es la máxima expresión del amor de Jesús a su Padre y al hombre. Un amor que no lleva cuentas de los ultrajes y burlas de sus enemigos. Un amor que le hace exclamar: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Este es el amor con el que Cristo nos ha amado.

Vemos, pues, que la ‘Gloria’ está estrechamente unida al ‘Amor’. Este amor será el nuevo mandamiento, la plenitud de la ley. Después de anunciar su pronta glorificación, Jesús les da un mandamiento nuevo: “amaos los unos a los otros, como yo os he amado”. Amarse pero con el ‘Amor’ que él nos ha amado. El Amor que no lleva cuentas de los delitos, que no busca venganza, que perdona, que todo lo soporta, un amor que carga con el pecado del otro, un amor que nace del corazón de Dios.

En esto sabrán los demás -y sabremos también nosotros- que somos discípulos del Señor Jesús: en el amor que nos tengamos los unos a los otros. Hemos de amarnos, para hacer presenten la gloria de Dios entre nosotros, y así el mundo viendo la gloria de Dios entre nosotros, creerá, y volverán los alejados del Señor. El amor de los unos a los otros, será el milagro maravilloso que anuncie que Jesucristo está vivo y que vive en nosotros. Porque el mundo está cansado de escuchar prédicas asustonas, sermones de buen comportamiento, que no convierten a nadie, por el contrario, hastían y lo más triste aún, deforman y oscurecen la belleza del evangelio. Una vez más el mundo necesita ver la Señal, necesita ver la Gloria de Dios, la gloria manifestada en el Amor.

Los cristianos en el mundo

De la Carta a Diogneto.

"Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.

Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.

Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo.Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida.Los.judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.
Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres.

El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar."

jueves, 29 de abril de 2010

Buen Pastor, Pastor Bueno.

4º DdP


El evangelio de Juan nos dice, que las ovejas escuchan la voz del pastor y le siguen; le siguen, porque conocen su voz. Y en otro pasaje dice que a cada una la llama por su nombre. Esto es extraño, pues yo he visto pastores, y los pastores no van delante de las ovejas, sino que el pastor va detrás de ellas, arreándolas; no conocen la voz del pastor, y menos las llama por su nombre. En cambio a los perritos, sucede que el amo les pone un nombre y el cachorro conoce la voz de su amo y le obedece. El hecho de que las ovejas conozcan la voz de su pastor y le sigan, tiene que ver con el modo de criar a las ovejas.

El Buen Pastor es el Señor Jesús Resucitado -claro está-, por eso hemos de preguntarnos: ¿es el Señor Jesús es mi pastor? ¿Cómo se, yo, que soy su oveja? Pues mi pastor es aquel que guía mis pasos, que orienta mi vida; mi pastor es aquel a quien le escucho, aquel de quien conozco su voz y le obedezco. ¿Quién es mi pastor? ¿Oveja de quien soy? Puede que mi pastor sea el horóscopo, la moda, la música, la telenovela, un filósofo o una ideología. Si no escucho la voz del Señor y no obedezco sus palabras, entonces, el Señor no es mi pastor. Puedo decir que soy oveja del Señor, que él es mi pastor, pero si estoy detrás de otros pastores; entonces el Señor Jesús no es mi pastor.

Hubo un tiempo en mi vida que me consideraba oveja del Señor, pero no escuchaba su voz. Andaba perdido por otros rebaños, oyendo la voz de pastores extraños que prometían llevarme al buen pasto fresco que ansiaba mi corazón, y terminaba insatisfecho y descontento; prometían llevarme al agua para calmar la sed hiriente de mi alma y no encontraba descanso para mis angustias y tribulaciones. Mas el Señor Jesús que no solo es el Buen Pastor, sino que es un Pastor Bueno, ha salido a mi encuentro y me esta regresando al rebaño. Y de esto no digo más.

¿Quién es, pues, el buen pastor? Ser un buen pastor no tiene que ver –en primera instancia- con la cuestión moral. Sino que un buen pastor es aquel que cuida de sus ovejas, que les conduce a la hierba fresca y al agua limpia. Dado que nosotros somos las ovejas, y el alimento de las ovejas es el pasto, hemos de preguntarcos: ¿cuál es el pasto con que nos alimenta el buen pastor? ¿Dónde esta ese pasto? El pasto con el que nos alimenta el que Buen Pastor, es la Verdad contenida en su Palabra. El buen pastor es el que lleva a las ovejas al pasto de la verdad, y no al pasto del engaño, de la mentira y la apariencia. El buen pastor lleva al pasto de la verdad y através de esta a la santidad.

viernes, 23 de abril de 2010

¿Me Amas? Una Pregunta.

3ºDdP

En el devenir de nuestra historia personal, hemos de enfrentarnos cara a cara con estas dos preguntas: ¿Quién soy yo para ti? ¿Me amas? De pronto aparece alguien y nos lo pregunta. ¿Verdad? Son dos preguntas existenciales. Dos peguntas, que también el ser cristiano ha de responder. Pues la vida de fe, del hombre con nostalgia de Dios, estriba entre estas dos preguntas. En este tercer domingo de pascua el Señor Resucitado nos pregunta como a Pedro: “¿me amas?” -porque la historia de Pedro, es mi historia, y es la historia de todo hombre que en su corazón ha decidido seguir al Maestro-,Y así como Pedro respondió, también, hemos de responderle nosotros. Tres veces le preguntó a Pedro, y otras tantas nos lo ha de preguntar.

La primera respuesta de Pedro es inmediata, convencido, y seguro de su amor. Con la misma actitud de un enamorado por primera vez. Un enamorado que iría hasta a la cárcel por amor, que daría su vida por amor, que en la locura del amor primero está dispuesto a todo. “Si, Señor, tu sabes que te quiero”. La segunda respuesta que da Pedro a la pregunta del Maestro, podríamos decir, que es una respuesta calculada, pensada, meditada, con cierta incertidumbre y poco inmediata, por su cabeza pasaría todas las promesas que le había hecho Jesús; y que él por seguirle, lo había dejado todo, su red, su barca, su suegra… ¿Cómo no lo voy a amar si por él lo he dejado todo? ¿Qué es eso, si no es amor? “Si, señor, tu sabes que te quiero”. Una vez más, seguro de su amor pero, sin conocer su corazón.

Cuando por tercera vez el amado pregunta: ¿me amas más que estos? Pedro se entristece y calla. Es ahora cuando se da cuenta de que sabe de su amor, pero no de su corazón. ¿Cómo lo voy a amar, si lo he negado, si lo he abandonado? ¿Que clase de amor es ese? No, eso no puede ser amor. Tres veces lo he negado. Tres veces me pregunta. Pero, ¿cómo no amar a este hombre tan maravilloso? Tantos son los signos que me ha mostrado, ¿Cómo no creer en Él? Tantas cosas ha hecho por mi, ¿Cómo no quererlo? ¿Cómo no amar a Jesucristo? tantas palabras, tantas cosas… No es un deber el amarlo, no es una obligación, para mi es una necesidad; si quiero, puedo regresar a mi barca y echar la red a la derecha y pescar, y vivir por el resto de mi vida de la pesca. No, no tengo ninguna obligación de seguirle. No es un deber el amarlo, es para mi una necesidad. Un día a orillas del mar lo conocí, me dijo: “desde ahora serás pescador de hombres”; me invitó a seguirle y yo lo he seguido. Y a pesar de que lo he negado, es para mí una necesidad de gratitud, de cariño, de amor. Es como la sed este amor, que me lleva a correr a la fuente del agua. Y mientras más bebo, más necesito de Él. Es para mí una necesidad. No una obligación. ¿Quién eres tú, Señor, que me mandas que te ame, y si no te amo, me amenazas con terribles desgracias? ¿Es que no es suficiente desgracia el no poder amarte? Si tuviera diez barcas llena de peces, pero, si me faltaras Tú, no tendría nada. Estaría vacío. Tal vez algún día por el miedo vuelva a negarte, pero por favor Señor, por favor, no dejes de preguntarme: ¿me amas más que estos? Entonces recordando mi pecado y tu misericordia diré: “Señor, tu lo sabes todo; tú sabes que te amo.

sábado, 17 de abril de 2010

Yo me Confieso Directamente a Dios.

El segundo domingo de pascua, es el domingo de “la divina misericordia”. Y nada mejor para hacer presente la divina misericordia de Dios que el sacramento de la reconciliación. Dios es Misericordia, y esta Misericordia se manifiesta en el perdón de los pecados; y este perdón de los pecados nos viene a través de los apóstoles a quienes Jesús les dio poder para perdonar pecados y poder para retenerlos (Jn 20,22-23). Y este poder de perdonar pecados se hace presente en el sacramento de la reconciliación.

Sin embargo es frecuente la frase: “yo me confieso directamente a Dios”. No necesito de nadie para obtener el perdón de mis pecados, y además, ¿por qué me voy a confesar a un sacerdote que también es hombre como yo y pecador también? Si, es verdad, como presbítero puedo decir: que el sacerdote también es pecador, y por eso también él tiene que confesar sus pecados a otro sacerdote.

Siguiendo la lógica de quien dice: “yo me confieso directamente a Dios, porque el esta en todas partes y esta en mi corazón y no necesito de nadie para confesarle mis pecados”, podríamos inferir también: “yo no me confieso a Dios, porque como está en todo lugar y en mi, el sabe mi pecado, así que no es necesario confesarlo, porque Él ya lo sabe”. Anthony de Mello decía: “Perdóname Señor por pedirte perdón, porque al pedirte perdón, he olvidado que tu eres misericordia y que me has perdonado antes de que yo te pidiera perdón”. Bellísimo, ¿verdad? Ciertamente, Dios nos perdona, incluso antes de que le hayamos pedido perdón, y también cuando en lo secreto de nuestra oración le pedimos perdón de nuestras ofensas, pues Él no quiere la condenación del pecador, sino, que se convierta y viva; pero ¿dónde está la certeza de que verdaderamente Dios me ha perdonado?

Por la fe en las palabras de Jesús, tenemos la certeza de que Dios ha perdonado nuestros pecados: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos." (Jn 20,22-23). Tenemos la certeza de que Dios nos ha perdonado cuando confesamos los pecados en el sacramento de la confesión. No es el sacerdote en si como hombre que perdona los pecados, -porque solo Dios puede perdonar los pecados-, sino Dios que actúa en el sacerdote; o mas aún, el sacerdote que actúa en la persona de Cristo –in persona Christi-, por eso el sacerdote dice: “…Yo te absuelvo de todos tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Ahí esta la certeza de que verdaderamente Dios ha perdonado mi pecado.

Si, ya se, a mi también me da vergüenza confesar mis pecados, y muchas veces tengo que confesar los mismos pecados, ¡que vergüenza! ¿Verdad? Sería muy cómodo y fácil para mí, si realmente podría confesar mis pecados “directamente a Dios” sin necesidad del sacerdote, y obtener el perdón de mis pecados sin recurrir al sacramento de la reconciliación. Y así cada vez que cometiera algún pecado ya no tuviera que tomarme la molestia de buscar al sacerdote, y tener que pasar el roche de contar mis pecados, pero yo creo en lo que dijo Jesús: así que caballero nomás, tengo que confesarme.

jueves, 8 de abril de 2010

Los Signos de la Resurrección.


La Pascua es la fiesta más importante del cristianismo. Es la fiesta de las fiestas. La fiesta de nuestra salvación y como tal hay que celebrarlo. Hemos de celebrar la Pascua no solo con la preparación interna, -la confesión, el ayuno y la oración-, sino también con los signos externos. No solo hay que preparar el espíritu, sino también el cuerpo. Si en la cuaresma el Señor Jesús nos ha dicho cuando ayunes lávate la cara, perfúmate el cabello, ¡cuánto más hemos de perfumarnos en la pascua! y ¡vestir nuestras mejores galas! Y esto no solo para que nuestro Padre Celestial lo vea, sino para que a través de los signos externos, comuniquemos la alegría pascual, y así ser testigos de la resurrección de Cristo en el mundo que nos rodea.

La Pascua es la fiesta de las fiestas, hemos dicho y sin embargo, entre la Pascua y la Navidad, la navidad es la que es más celebrada por la gente, impulsado por la cuestión comercial claro está; entre otras cosas, en la navidad la gente come panetón con chocolate, champagne, pavo, se dan regalos y esperan la media noche para abrazarse y reventar los cuetillos, cuetones, y demás material pirotécnico; en cambio en la pascua nada de eso. Y de algún modo está bien, porque la cuestión comercial haría perder el sentido verdadero de la pascua, como mucha gente que relaciona la semana santa con el feriado largo, el turismo interno, campamentos, etc.

No obstante, los cristianos hemos de vivir la pascua como hombres nuevos, resucitados, acompañado de signos que muestren esta nueva creación, entre otras cosas, estrenar algo nuevo en la pascua es algo bonito, un zapato, una blusa, un pantalón o un pañuelo, algo nuevo, para significar que Dios hace nuevo todas las cosas. Y para vivir lo festivo cocinar o comer algo especial ese día. Así, los signos nos ayudan a vivir la Pascua; vivamos ansiando año tras año la fiesta de la pascua, para que así le enseñemos a nuestro corazón a ansiar la pascua eterna en la que contemplaremos el rostro de Dios.

He pasado la Semana Santa en la Parroquia de la Anunciación en San Gabriel Villa María del Triunfo. Y hemos tenido una Pascua maravillosa en la que el Señor Jesús Resucitado se ha dejado ver a través de signos. Porque es a través de signos que sabemos que Cristo ha Resucitado: La tumba de Cristo vacía, las vendas y el sudario; los Ángeles indicando que ¡Cristo está vivo!

Un signo que el señor nos dio la noche de la vigilia pascual, fue una pequeña lluvia de más o menos media hora. Una lluvia inusual precisamente en la noche en que Cristo ha resucitado. Esto que podría ser tan insignificante y que podría ser explicado desde el punto de vista del cambio climático trastocado, lo interpretamos desde el punto de vista de la fe, porque eso es lo que somos, “hombres de fe”; puesto que el agua representa la vida, la salud, la pureza y la alegría, lo interpretamos como un signo de Dios que nos bendice en la noche santa y nos da nueva vida, que nos purifica de toda iniquidad y nos salva. Ahora bien, tomemos la mano del Señor Jesús que venció la muerte con su muerte y nos dio nueva vida con su resurrección. Salgamos del sepulcro junto con Él.

lunes, 5 de abril de 2010

El Descenso Del Señor a la Region de los Muertos

De una antigua homilía sobre el santo y grandioso Sabado.

¿Qué es lo que pasa? Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el rey está durmiendo; la tierra está temerosa y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido y ha despertado a los que dormían desde hace siglos. El Dios hecho hombre ha muerto y ha puesto en movimiento a la región de los muertos.
En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a la oveja perdida. Quiere visitar a los que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte; Dios y su hijo van a liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él.
El señor hace su entrada donde están ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la Cruz. Al verlo, Adán, nuestro primer padre golpeándose el pecho de estupor, exclama, dirigiéndose a todos: “mi Señor está con todos vosotros”. Y responde Cristo a Adán: “y con tu espíritu”. Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole: “despierta, tu que duermes, levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo”.
Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti; digo, ahora, y ordeno a todos los que estaban en cadenas: “salid”, y a los que estaban en tinieblas: “sed iluminados”, y a los que estaban adormilados: “levantaos”.
Yo te lo mando: despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate, mi efigie, tu que has sido creado a imagen mía. Levántate, salgamos de aquí; porque tú en mí y yo en ti somos una sola cosa.
Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo; por ti, siendo Señor, asumí tu misma apariencia de esclavo; por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aún bajo la tierra; por ti, hombre, vine a ser como hombre sin fuerzas, abandonado entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto paradisíaco, fui entregado a los judíos en un huerto y sepultado en un huerto.
Mira los salivazos de mi rostro, que recibí, por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con los clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido.
Me dormí en la cruz, y la lanza penetró en mi costado, por ti, de cuyo costado salió Eva, mientras dormías allá en el paraíso. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te sacará del sueño de la muerte. Mi lanza ha reprimido la lanza de fuego que se alzaba contra ti.
Levántate, vayámonos de aquí. El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí comer del simbólico árbol de la vida; mas he aquí que yo, que soy la vida, estoy unido a ti. Puse a los Ángeles a tu servicio, para que te guardaran; ahora hago que te adoren en calidad de Dios.
Tienes preparado un trono de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado el banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes, y preparado desde toda la eternidad el reino de los cielos”.

viernes, 26 de marzo de 2010

¿Donde Están Tus Acusadores?

5º DdeC

Los últimos días de la vida de Jesús, transcurren entre el templo y el huerto de los olivos. De día enseñaba en el templo, y de noche se retiraba al huerto -a orar y pasar la noche-; por su parte la gente madrugaba para ir al templo a escuchar sus enseñanzas. En una de aquellas mañanas sucede algo tremendamente dramático y conmovedor: los fariseos y escribas le llevan una mujer sorprendida en flagrante adulterio, con la intención de ponerle a prueba, para así tener de que acusarle, le dicen: “Maestro ésta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio, la ley de Moisés manda apedrear a estas mujeres ¿tú que dices?”.

La ley de Moisés mandaba: “si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, serán castigados con la muerte: el adultero y la adultera” (Lv 20,10), para así, “hacer desaparecer el mal de Israel” (Ex 22,22). Pero el pueblo Judío en el tiempo de Jesús era colonia Romana, y como tal estaba sujeta a las normas y leyes del Imperio; entre otras cosas, los judíos no podían dar muerte a nadie, aunque sus leyes indicaran la muerte para ciertos delitos identificados por lo general con el pecado; el adulterio en este caso. Y aquí esta la trampa: si Jesús decía que sí, que debe morir según la ley de moisés, estaba yendo contra la ley de los romanos; y si decía que no, estaba en contra de la ley de moisés. Pero como Jesús está más allá de estos razonamientos humanos, responde con algo impresionante: “el que este libre de pecado, que tire la primera piedra” (Jn 8,1-11). Y lo que sigue ya es historia conocida.

Resulta paradójico para el que quiere ser “cumplidor de la ley” castigar el ‘adulterio’ con la ‘muerte’. ¿Acaso Dios no había dicho: “no matarás”? Entonces, ¿cómo es que se quiere destruir el pecado cometiendo otro pecado? ¡Oiga esto no está bien! ¿Cuál es el pecado más grave? ¿Matar o fornicar? “Quien observa toda la ley, pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos” (Stg 2,10-13). Asi pues, vemos que el pecado de la mujer pone al descubierto el pecado de los escribas y fariseos; vamos, ya les habría gustado a estos viejos acostarse con esta mujer, pero como su moralismo y su condición física les impide, no les queda otra cosa más que acusar lo que ellos no pueden alcanzar.

Pobre mujer avergonzada y humillada, ante toda aquella gente reunida enterada de su pecado. ¿Qué le habría llevado a cometer adulterio? ¿Por qué tanto odio contra esta mujer débil de la carne? Y ¿quién no es débil en algo? Pobre mujer, figura de tantos hombres y mujeres, que tienen que soportar y cargar con el moralismo de tantos fariseos que nos acomplejan con un perfeccionismo estúpido y antievangélico.

Asi pues, el Señor Jesús, nos invita a bajar la mano, a coger la piedra, pero para golpearnos el corazón y la conciencia, y reconocer que no somos mas buenos que nadie y que muchas veces también nosotros atarantamos con nuestro moralismo a los demás. No hay derecho a levantar la piedra contra nadie, antes bien, hemos de aprender a ser misericordiosos con el otro y con nosotros mismos pues el Señor Jesús nos dice: ¿Dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado? Yo tampoco te condeno, vete en paz y no peques más.

viernes, 19 de marzo de 2010

EL HIJO PRODIGO

4º D de C.

La parábola del hijo pródigo es una de las parábolas más hermosas y misteriosas que Jesús nos ha contado. Misteriosas, digo, no en el sentido oscuro y oculto al cual estamos acostumbrados a asociar la palabra 'misterio', sino en el sentido que nace de la manifestación y el conocimiento del corazón y el rostro de Dios.

Sobre esta parábola se han escrito libros, pintado cuadros, compuesto canciones; no obstante, queda la sensación de que hay más de lo que se ve, más de los que se oye, más de lo que hayamos comprendido en nuestra razón y mucho más de lo que ya hemos asentido en el corazón.

Desde niños hemos aprendido que los buenos merecen premios y los malos castigos. Así nos han enseñado nuestros padres y a ellos sus padres y a estos los suyos y así hasta el momento de que el hombre es hombre. Esta es la ley que está impresa en nuestra conciencia y en lo más profundo de nuestro ser. Al encontrarse esta ley con la gratuidad de Dios manifestada en Jesucristo, es cuando nace el conflicto.

La parábola del hijo pródigo es la historia de un padre extraordinario y dos hijos comunes y corrientes, uno menor y el otro mayor, lo que sigue es historia conocida. Jesús cuenta esta parábola a propósito de los fariseos que se escandalizaban de que él ‘comiera’ y se juntara con los pecadores, -borrachos, prostitutas, cobradores de impuestos-, cosa prohibida por la ley.

No es que los malos del evangelio sean los fariseos, con seguridad eran gente bien, que cumplían rigurosamente la ley; ley de ayunos, diezmos y sábados. Pero esta ley estaba impregnado en su corazón y en su razón, -como en el nuestro-, de tal manera que no había lugar para la gratuidad y la misericordia de Dios; y por eso mismo lejos de los caminos de Dios. Hombre de ley sin misericordia.

Hacerle fiesta al hijo menor que había gastado su dinero en borracheras y prostitutas, no era lógico. ¿Qué clase de padre es este? Había que castigar al hijo menor y que la fiesta sea para el hijo mayor que siempre se había “portado bien”. El pecado del hijo menor está claro, pero es su arrepentimiento y su vuelta a casa que pone de manifiesto la misericordia del Padre, y ésta misericordia del Padre para con el hijo disoluto, pone al descubierto el pecado del hijo mayor; la envidia. Tendríamos que examinar –en un párrafo aparte- lo que se oculta tras la envidia. Pues es aquí donde tambalea las bases de la ley.

Pero la actitud del padre está más allá de toda lógica, más allá de la lógica del hijo menor –ya no merezco llamarme hijo tuyo- y de la del mayor que se creía con derechos –yo siempre estoy contigo y nunca he tenido un cabrito para una fiesta con mis amigos-. ¿Quien puede entender esta lógica? ¡Pues nadie! Porque no hay lógica para Dios. La lógica es de los hombres. Y ahí es cuando empieza el conflicto entre ley y gratuidad, entre Dios y el hombre, entre sus caminos y los nuestros, entre sus pensamientos y los nuestros. Siendo así Dios el totalmente Otro.

La parábola del padre misericordioso es pues, el drama de la humanidad, es el conflicto de todo hombre. La lucha que debe desatar el hombre para llegar a ser Hombre, para penetrar en el corazón de Dios. Ya sea el hijo menor o el hijo mayor, al fin y al cabo igual de pecadores, estamos llamados a romper con nuestra lógica y tomar la actitud del Padre; llamados a ser divinos en nuestra propia carne. Y sólo penetraremos en el misterio del corazón de Dios cuando rompamos la imagen que nos hemos hecho de Él, y nos abandonemos totalmente en su regazo, en la libertad de los hijos de Dios ajena a moralismos, miedos, complejos y pecados que nos angustian y no nos dejan recibir esa gratuidad, ese amor, esa misericordia de este Padre extraordinario. Y sin embargo queda la sensación de que hay más de lo que se dijo, y mucho más de lo que ya hemos asentido en el corazón.

lunes, 15 de marzo de 2010

LA HIGUERA ESTERIL

3º D de C.

Al leer el evangelio de este tercer domingo de cuaresma, vi mi vida reflejada como en un espejo en la parábola de la higuera estéril. Yo soy esta higuera de tres años y sin frutos. Tres años en el ministerio: uno de diaconado, y dos de presbítero. Tres años ocupando la tierra estérilmente. Ningún higo dulce, solo algún fruto amargo parecido a un trago.

Este árbol no sirve han dicho de mí. ¡Hay que córtalo! ¿Para qué va ha ocupar terreno estérilmente? Incluso yo mismo –mirando mis propias miserias- me dije: soy un árbol inútil, no sirvo para nada, mejor será que me corten. Que planten otro árbol que de frutos. Mejor morir que vivir sin dar frutos.

Pero por otro lado, me resisto a morir sin haber dado frutos. Quiero que cuando venga mi Señor, encuentre higos y sacie su hambre. Lo deseo con todo mi corazón… y en verdad es lo único que me importa. Esta higuera no sirve, hay que cortarlo han dicho de mi. Mas, el viñador que conoce lo mas profundo de mí ser, ha tomado en cuenta el deseo de mi corazón. Ha escuchado mi oración, y ha intercedido por mí: “Señor, déjala por este año -¿siete meses?- todavía y mientras tanto yo cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da la cortas.”

¡Estás mal! ¡Tienes que curarte! ¡Necesitas tratamiento psicológico!. Y aquí estoy. Tratamiento de miércoles a las 5 de la tarde. Si no te curas…ya veremos, si te curas… también veremos. Él sabe lo que pasa en mi raíz, sabe de la enfermedad que me inutiliza, y sabe del abono que necesito para dar frutos. El ha visto mis esfuerzos inútiles por dar frutos y ha escuchado mis oraciones. Por eso ha hecho que yo viniera aquí. Estar aquí en San José es la prueba de que el Señor Jesús ha escuchado mis oraciones. Me ha respondido, no como me lo imaginaba, pero me ha respondido y eso es lo único que realmente importa. Este es el día en que actúo el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Con tu ayuda Señor Jesús y tu intercesión ya no seré una higuera estéril. Tú Señor Jesús que no quieres cortarme, tú que has dicho: “misericordia quiero y no sacrificios”, ten piedad de mí que soy un pobre pecador. Que se haga en mí según tu palabra.

viernes, 5 de marzo de 2010

La Transfiguracion.

2ºDdeC.

Estamos en el segundo domingo de cuaresma. Y en este domingo el Evangelio nos muestra a Jesús transfigurado en el monte; y con la promesa -en filipenses- de que el transfigurará nuestro pobre cuerpo a imagen de su cuerpo glorioso. Pero junto a esta promesa de transfiguración esta la contraposición del ciudadano del cielo frente al enemigo de la cruz.

Ocho o seis días antes de la transfiguración, Jesús había anunciado a sus discípulos que al llegar a Jerusalén, el sería entregado en manos de los fariseos, doctores de la ley y los judíos, para ser despreciado, abofeteado, escupido y crucificado; en la transfiguración aparecen Moisés y Elías hablando precisamente de esta muerte, respaldando así con la fuerza de la ley y los profetas, que la aceptación del sacrificio en la cruz daría cumplimiento a todas las promesas del antiguo testamento.

El cumplimiento de la promesa de la transfiguración de nuestro cuerpo, esta relacionado con la actitud del ‘cristiano’ frente al sufrimiento, la cruz y la muerte. Y de aquí se desprenden dos tipos de personas: el ‘ciudadano del cielo’ y el ‘enemigo de la Cruz’.

El enemigo de la cruz es el hombre que solo aspira a cosas terrenas; que no espera nada del cielo, que al confrontarse con su debilidad, incapaz de superarse a sí mismo, hace de su vientre y sus apetencias su dios; se gloria de su pecado y su maldad sentándose a morir en ellas. Por eso el destino del enemigo de la cruz es la perdición. Por el contrario el ciudadano del cielo es el hombre que aspira a las cosas del cielo. El ciudadano del cielo es el que consciente de su debilidad, se pone cada día humildemente delante de Dios, esperando de su misericordia, no para verse libre de su cruz, sino pidiendo fuerza para no renegar de ella. Para no cansarse de esperar y mantenerse en la promesa de la transfiguración de nuestro pobre cuerpo a imagen del cuerpo glorioso de Cristo.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Escala de Jacob


En este Blog quiero compartir mis reflexiones basadas en las lecturas dominicales de la Misa; Y junto a ello, quiero compartir también mis alegrías y tristezas, mis triunfos y derrotas, y por que no decir mis pecados.
Este Blog se llama “Escala de Jacob”, porque uno de los relatos de la Biblia que más me han impresionado, es la historia de Jacob; y sobre todo el sueño que éste tiene. Y se llama "Escala de Jacob", porque utilizaremos la escalera de Jacob, como fundamento y modelo de nuestra espiritualidad. Como diría Anselm Grün: "La paradoja -de la Escala de Jacob- está, en que subimos a Dios cuando bajamos a nuestra propia realidad".
Pues precisamente es el haber bajado a mi realidad de pecador, y el querer contemplar el rostro de Dios, que me ha llevado a escribir este Blog. Y me veo identificado con Jacob por tres razones: por cómo su madre le ayuda a suplantar a su hermano Esaú en la Bendición Partenal, por cómo Dios le bendice, aún caundo se quieren aprovechar de él y por cómo tras pelear con Dios queda cojo. El que pueda entender, entienda.
Soy un hombre con nostalgia de Dios. Buscando contemplar el rostro de Dios; pero en mi intento me he equivocado, -y he ahi mi cojera-, pero Dios ha sido misericordioso conmigo. Y aqui estoy, ora subiendo, ora bajando la escalera, golpeando La Puerta del Cielo; caminando contento con mi nuevo nombre, pero sin poder ocultar mi cojera.