lunes, 26 de julio de 2010

De Marta y De María

Marta y María son dos personajes que al hablar de una, no podemos dejar de evocar a la otra. Marta y María son el reflejo perfecto de la actitud de todos los hombres sin excepción. Al querer identicarnos con una de ellas, me atrevo a decir que es más fácil identificarnos con Marta que con María, y sin embargo estamos llamados a ser como María.
María es la figura del hombre que busca trascender, del hombre que se ha dado cuenta que la vida no se reduce solamente a trabajar, contar dinero, lavar, barrer, comer, etc... en cambio Marta es la Figura del hombre práctico e inmediato; del hombre que no se detiene para mirar arriba, del hombre que piensa que hay mucho por hacer, que lo importante es hacer cosas y hacer más cosas... que es pérdida de tiempo sentarse a los pies del Maestro. El conflicto surge cuando éstas dos mujeres se encuentran. No es que la actitud de Marta no sea correcta, porque mirando al rededor, en el mundo hay muchas cosas por hacer... No es pues, que Marta esté actuando mal, el problema es que Marta siente envidia y critica la actitud de María; o sea que Marta no disfruta de lo que hace, y le da cólera que haya gente que no haga nada, que "pierda el tiempo insulsamente" ¿por qué solo ella tiene que hacer las cosas? ¡dile que me ayude!
Por otro lado, María está contenta a los pies del Señor, extasiada, disfrutando de cada palabra que salen de esos labios benditos. Y aquello nadie le ha quitar, ni siquiera el descontento de Marta. Ella a elegido la mejor parte. Es verdad, tal vez haya hermanos humanos, muchísimo que hacer, pero lo único que yo quiero, y lo digo honestamente, es sentarme a los pies del Señor, mirar su rostro siempre y no perderme ni una sola palabra que salen de esos labios; aunque esto me haga parecer un vago. En un tiempo atrás quisieron quitarme esa mejor parte que escogí, y casi lo logran, pero ahora más que nunca estoy seguro de que realmente hay muy pocas cosas necesarias, es más, solo hay necesidad de una y María escogió la mejor parte.

martes, 20 de julio de 2010

El Buen Samaritano

Siempre pensé que la parábola del buen samaritano era un modelo o ejemplo que Jesús nos ponía para que nosotros podamos seguir, y de algún modo es cierto; pues el Señor Jesús nos invita a amar al prójimo, y en este caso el prójimo resulta ser, no el más proximo, sino el extraño y en este caso el enemigo; no obstante, quiero decir, que un amigo me hizo entender, o mejor dicho contemplar esta parábola de otro modo: y esa visión es esta:
El hombre golpeado, tirado en el camino, soy yo, o en todo caso, somos nosotros; el Buen samaritano es Jesús, que al verme asi malherido sentido compasión de mi, me ha curado con su aceite y su vino, ha curado todas las heridas que los salteadores me han hecho; y los saltedores no es otro más que el demonio, que me ha asaltado, que me ha golpeado, que me ha robado lo que de valor tenía, y ha hecho conmigo lo que le ha dado la gana. Y Jesú, el buen samaritano, viendome en esta triste situación, ha tenido misericordia de mi, y me ha hecho montar en su propia cabalgadura, y me ha llevado a la posada que no es otra cosa sino que sus Santa Iglesia.
Gracias Señor Jesús por amarme aún asi cuando encaprichado en mi pecado, me convierto en un extraño y en tu enemigo. Gracias por curar mis heridas con tu vino, gracias por sanar mis dolores con tu aceite bendito, y gracias por el Vino que alegra mi corazón; gracias también por haberme llevado a tu posada. Tanta misericordia has tenido conmigo, enséñame a tenerla también contigo en el otro, donde tu estás Buen Samaritano.

martes, 6 de julio de 2010

¿Quién es Jesucristo? Esta es la pregunta que los hombres de hoy y de hace siglos se hacen y es esta pregunta la que se plantea en la lectura del Evangelio según San Lucas. Cuando Jesús pregunta a sus discípulos: ¿quien dice la gente que soy yo? Ellos responden unos dicen que eres Juan el Bautista, otros que Elías o alguno de los profetas.

Toda la gente sabía que Jesús era alguien especial, algo así como un gran profeta, pero no tenían conciencia de que era realmente el Hijo de Dios. Por eso Jesús les pregunta y ustedes ¿Quién dicen que soy yo?
Es Pedro quién afirma que Jesús es Hijo de Dios, él es quien después de todo el tiempo acompañando a Jesús y viéndolo orar y curar a los enfermos, predicar sus enseñanzas y dar a conocer el Reino de Dios, sabe que Jesús no sólo es un gran profeta, sino que es el verdadero Mesías. El mesías que ha venido al mundo a liberar, a salvar, a quien se le rendirá todo honor y toda gloria.

Jesús para Pedro es el ungido del Señor. Es esta la imagen que tienen Pedro y los demás discípulos, que Jesús es el Mesías, un mesías que implantará el reinado de Dios, ante quien todo el mundo ha de arrodillarse y obedecerle; la imagen que cualquiera de nosotros tendría de un mesías enviado a salvarnos de nuestro enemigo; pero Jesús sabe que esta imagen que tienen los discípulos y que la tendría en sí todo el pueblo es muy distinta a la realidad, ya que el destino del Mesías salvador y liberador es ser rechazado a tal punto de ser llevado a la muerte.

Lejos de ser ese Dios poderoso y omnipotente capaz de destruir pueblos enteros, Jesús se presenta como un rey humilde, que ha de liberar y salvar pero a través de su muerte en la cruz, para que nuestros pecados sean perdonados y podamos formar parte de su reino, de un reino que no está en la tierra como Él siempre lo proclama, un reino que no es de este mundo.

Además Jesús no sólo ha venido para hablarnos de su reino sino que también nos hace partícipes de el y nos invita a seguirlo en su camino, a que nosotros también seamos capaces de tomar nuestra propia cruz que no es más que continuar por el camino estrecho de sus seguidores, asumiendo todo sufrimiento que tengamos que atravesar pero sin dejar de mirar a Jesús ya que Él será quien nos ayude con nuestra cruz cuando las fuerzas nos comiencen a faltar. Nos invita a amar cada dolor, cada dificultad que tengamos que enfrentar ya que sólo si comprendemos esto, comprenderemos a Jesucristo, comprenderemos el amor de Dios que es tan grande que no dudo en entregarnos a su Hijo para salvarnos.