martes, 28 de septiembre de 2010

El que no odia a su padre y a su madre...

Muchas palabras que los evangelistas ponen en boca de Jesús, son en cierto modo desconcertantes y contradictorios frente a otras frases de la misma Biblia. Una de estas frases es precisamente la que se lee en el evangelio de este vigésimo tercer domingo del tiempo ordinario: “si alguno viene junto a mi y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26). Teniendo en cuenta que el cuarto mandamiento exige el amor y respeto a los padres, junto a esta sentencia de Jesús, parece paradójico que Dios exija amor hacia los progenitores y el hijo de Dios pida odio hacia ellos como condición para ser discípulo suyo. Por otro lado, Jesús nos dice, que el mayor y principal de los mandamientos es: “amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo”.

¿Cómo hemos de entender que aquél que nos manda honrar a nuestro padre y amar a nuestra madre, nos pida, que para seguirle y ser discípulo suyo, hayamos de odiarlos, incluso odiar nuestra propia vida? ¿De que odio nos habla Jesús?

Después de poner algunos ejemplos sobre calcular con lo que se cuenta para emprender algo, el evangelio termina diciendo: “de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”. La pregunta que hemos de hacernos es ¿de qué bienes habla Jesús? ¿Cuáles son nuestros bienes? Así pues, dado que se habla de amor y odio, no es que Jesús quiera abolir un mandamiento, o que entre en contradicción, sino que nos quiere libres de toda esclavitud, libres de aquello que desde niños hemos considerado valioso, el afecto; en efecto, no hay nada más esclavizante que los afectos, pues estos nos hacen dependientes y necesitados unos de otros; no es que sea malo tener afectos, sino que estos tienen que ser iluminados por la dimensión sobrenatural para no terminar siendo esclavos de los mismos. Jesús nos quiere libres de toda esclavitud para descubrir que lo único que vale la pena es ser esclavo de Dios, como la Virgen María, que dijo: “he aquí la esclava del Señor”, libre de los afectos de su padre, de su madre, y de José. Solo porque era un mujer libre, y porque había renunciado a sus “bienes” pudo decir “hágase en mi según tu palabra”, obediente a la voluntad de Dios.
Enséñanos, Madre de Jesús y madre nuestra, enséñanos a renunciar a nuestros “bienes” para tener un corazón libre de esclavitudes y así ser verdaderos discípulos de tu Hijo.

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