domingo, 13 de noviembre de 2011

Parabola de los Talentos

Domingo XXXIII d TO


En la parábola de los talentos que hemos oído en la lectura del evangelio de este domingo, se mencionan a tres siervos; dos de los cuales hacen duplicar los talentos que les dio su señor; y otro que oculta el talento y no produce. Al primero le dio cinco, al segundo le dio dos y al tercero le dio uno; a cada uno según su capacidad. Cuando el amo vuelve, naturalmente reclama su hacienda y los talentos que dejó; a los dos primeros siervos, les da su elogio: “¡bien, siervo bueno y fiel!”; y al tercero su descontento y sentencia: “siervo malo y perezoso”.


Pero al margen de los adjetivos que dice el amo de cada siervo –bueno, malo, fiel, perezoso-, hemos de preguntarnos ¿Por qué dos de ellos hicieron fructificar los talentos? Y ¿por qué el tercero lo escondió? Pues una respuesta podríamos encontrar en las lecturas anteriores, el salmo y en la respuesta que da el tercer siervo. Y la respuesta que da el siervo malo y perezoso es que como su amo es un hombre duro que cosecha donde no ha sembrado, le dio ‘miedo’ y pozr eso lo ocultó. Y si nos fijamos en las lecturas precedentes y sobre todo en el salmo, no se habla de miedo, sino de ‘temor’; la antífona del salmo dice: “dichoso el que teme al Señor”. Así pues nos preguntamos: ¿es lo mismo el miedo y el temor?


Por un lado el miedo es algo que existe en nosotros, que nace y se suscita ante el peligro, frente al más fuerte que nos puede hacer daño, ante un perro rabioso que ladra, ante una araña o una cucaracha, ante la enfermedad o ante cualquier padecimiento de algún mal. Así pues el miedo es algo natural, que es suscitado por algo externo. De este modo nadie nos enseña este miedo, sino que nuestra frágil naturaleza nos la pone delante y son los mismos objetos de miedo los que lo suscitan en nosotros. Hemos de decir también a este respecto, que en los diccionarios con frecuencia se dice del miedo como temor o al revés.


Pero cuando en la Biblia se habla de temor, no es miedo, sino temor del Señor. No olvidemos que el temor del Señor es un don del Espíritu Santo. O sea que es algo que hay que pedir, algo que se nos tiene que dar, que tenemos que aprender; no es como el miedo que ya existe en nosotros.


San Hilario, Obispo, dice: “Pues, para nosotros, el temor de Dios reside todo él en el amor, y su contenido es el ejercicio de la perfecta caridad: obedecer los consejos de Dios, atenerse a sus mandatos y confiar en sus promesas. Oigamos, pues, a la Escritura que dice: Ahora, Israel, ¿qué es lo que exige el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus caminos y lo ames, que guardes sus preceptos con todo el corazón y con toda el alma, para tu bien.”


Una vez aclarado este asunto, la respuesta es predecible; los tres conocían a su señor; pero el conocimiento de los dos primeros estaba basado en el temor, en la amor, en la bondad y generosidad de su señor, -cuando se hace lo que el Señor quiere o lo que le agrada-, y al fin y al cabo, de hacerlo por el bien de uno mismo. En cambio el tercero conocía a su Señor como un ser ‘duro’, un conocimiento basado en el miedo de lo que me pueda hacer si pierdo su talento; aquí tienes lo tuyo dice el tercero.


Tal vez nos demos cuenta de que somos como el siervo malo y perezoso que no hizo fructificar el talento que le dio su señor, o tal vez ni nos hemos dado cuenta de los talentos que el Señor no dio. Pero en todo caso, todos estamos llamados e invitados a ser un siervo bueno y fiel, un siervo que obra no por miedo sino por “temor del Señor”, por amor al Señor; pues a todos nos dio los talentos según nuestra capacidad, y de seguro que a nadie pondrá un peso mayor o por encima de sus fuerzas.


1 comentario:

  1. Lo que mas deseo es encontrar mis talentos y multiplicarlos, el dilema es que aún no se como.

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