sábado, 17 de marzo de 2012

La Purificación del Templo

3º D de C

En una de las pascuas en la que Jesús va a Jerusalén, no la última pascua, entra en el santuario, y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas, sentados detrás de sus mesas. Hizo un látigo con cuerdas y los echó a todos fuera del Templo junto con las ovejas y bueyes; derribó las mesas de los cambistas y desparramó el dinero por el suelo”.

Los judíos indignados le preguntan “¿qué signo nos muestras para obrar así?”. Jesús les respondió: “destruid este santuario y lo reconstruiré en tres días”. Cuando Jesús decía esto, dice la Biblia, hablaba del santuario de su cuerpo; de este modo Jesús identifica su cuerpo con el santuario; y así también nuestro cuerpo es un santuario.

Por eso Jesús al expulsar a los vendedores del templo, lo hace para significar que antes de celebrar la pascua hemos de purificar este santuario, que somos cada uno de nosotros; este santuario que con frecuencia solemos convertirlo en un ‘mercado’ llenándolo de bueyes, ovejas y palomas, que representan nuestros pecados; pecados con los que solemos profanar nuestro santuario.

Es preciso, pues, que entre Jesús en este mercado-santuario, y así con su presencia expulse de nosotros nuestros rencores, envidias, malicia, vicios, y todo pecado que profana este santuario,para que así, purificado de todo lo indigno, vuelva a su dignidad primera, deje de ser mercado y vuelva a ser templo. Y así purificado el cuerpo y el espíritu este bien dispuesto para celebrar con plenitud y alegría la fiesta de nuestra redención: La Pascua.

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